Cuando llegué al Centro, obligado por mi familia, me sentí anestesiado por una sustancia tóxica, que me impedía ver la realidad de mi vida; una vida ingobernable y llena de sufrimiento y con una enorme dificultad de ser capaz de sentir unas emociones innatas a cualquier ser humano; mi ceguera me impedía ver la luz: todo era oscuridad; blanco o negro; bueno o malo. Me sentía confuso, desconcertado y con mucho dolor, además de angustiado, ansioso,

culpable y resentido con mi Madre y con el universo. Nada conseguía hacerme sentir a gusto,

tranquilo, en paz, satisfecho, etc. Llegué con la sensación de fracasado y de haber perdido tiempo y oportunidades en mi vida, habiendo causado mucho dolor y daño a las personas que más quiero. Comprobé que había estado perdido, cargado de miedos, enojo, tristeza y muy pocas alegrías.

Cuando revisaba mi pasado, todo era culpa y vergüenza, y, si proyectaba hacia el futuro, sólo había miedo, ansiedad, incertidumbre. Mi vida se había basado en un sistema de creencias, que me habían inculcado progenitores, escuela, Religión, sociedad, y que di como válidos. Había sido adiestrado como se hace con un animal doméstico: “Eres bueno, si haces lo que dicen tus padres”; si no acataba las reglas, surgía el rechazo o el castigo; pero si se acataban, no había premio o recompensa, porque esa era mi obligación principal. Fue entonces cuando conseguí crear un personaje que captaba la atención de los demás y recibía el premio: me refiero al AGRADADOR. Este personaje sólo podía funcionar fuera del ámbito doméstico, pues en éste, todos los intentos por agradar eran nefastos (principalmente, con mi madre, de la

quien más necesitaba cariño, confianza, seguridad, aunque, posteriormente, comprobé que no podía dármelo, pues tenía muchas carencias emocionales ( heredadas de sus padres). Con el personaje conseguí sobrevivir durante 57 años, fingiendo ser lo que no era. Me convertí en

una copia exacta de las actitudes de mi madre (a pesar de que no me gustaban), también de

las creencias inculcadas por la Religión, escuela y sociedad, perdiendo mi identidad y mi tendencia natural. Me sentía esclavo de mis emociones y pensamientos, y era incapaz de decir “NO”, o poner límites para ser respetado.

Dentro de mí había un Juez y una Víctima, que me dejaban mensajes de no ser suficientemente bueno, o de no ser perfecto (aunque lo intentaba), ni inteligente, lo que no me hacía merecedor de ser querido, algo que ratificaba el Juez a la Víctima.

Sentía pánico de cometer errores o equivocarme, por lo que, raramente, tomaba decisiones; de ese modo, podía inculpar a los demás , si los resultados no eran correctos, algo que aprendí de mi madre. De ella, también aprendí que el dinero era lo más importante, pues podía comprar compañía, cariño, además de todo tipo de bienes materiales.

Desde pequeño tuve miedo a la vida, a crecer, arriesgarme a vivir, corriendo el riesgo de estar vivo y de expresar lo que realmente era. Aprendí a vivir satisfaciendo las necesidades de los demás, olvidándome de las mías, y a seguir los puntos de vista de los otros por miedo a no ser aceptado o no ser suficientemente bueno. Conseguí crear una imagen de cómo debería ser para no sentirme rechazado o abandonado; una imagen de perfección que no encajaba en mí y que me ponía muy difícil perdonarme de no ser quien creía que debería ser., lo que me hacía sentir frustrado, falso y deshonesto. Esa falta de autenticidad me obligaba a utilizar mis máscaras sociales para evitar que los demás se diesen cuenta de quién era realmente,

pudiendo descubrir a un ser humano falible, vulnerable y con muchas carencias emocionales. Necesitaba la aceptación y aprobación de los demás, para mejorar mi autoestima, pues yo me autorrechazaba, y, por ende, tampoco aceptaba a los demás tal como eran.

Conseguí hacer de la mentira un hábito al comunicarme con los demás, y sobre todo, al hablar conmigo. Me resultaba muy fácil chismorrear sobre los demás y hacer juicios de valor muy rápidos sobre ellos, sin apenas darles la oportunidad de conocerles. Me resultaba imposible ponerme en su piel (empatizar).

Me tomaba todas las cosas personalmente, porque mi ego consideraba que todo giraba en torno a mí, pensando que “Yo” y “Sólo Yo” era responsable de todo; éste concepto equivocado de las cosas, me hizo ser exageradamente responsable, desde muy joven, asumiendo cosas o cuestiones que no eran de mi competencia, y que no correspondían a mi edad biológica. En el ámbito laboral, me sentía imprescindible y responsable de los resultados de mi Unidad, situándome por encima de mis superiores, hacia quienes sentía ira o rabia cuando tomaban decisiones que, a mi entender, no eran correctas, e incluso, cuando no las adoptaban. En cuanto a mis compañer@s siempre consideraba que no aportaban mucho esfuerzo y que se tomaban el trabajo con demasiada alegría, lo que me ofuscaba y frustraba, pues pretendía que trabajaran con el mismo interés y dedicación que yo. Mi máxima era que si yo me exigía

mucho, tenía el derecho de exigir lo mismo a los demás. El trabajo consiguió ser una adicción en mi vida, pues en él conseguía tapar o evadir todas esas emociones incómodas que me perseguían, día a día; allí me sentía importante, casi perfecto, protagonista y merecedor de premios o recompensas, cuando no de halagos(aunque estos no me gustaban, pues no estaba acostumbrado a ellos). Era la novia en su boda, o el muerto en su entierro. Me comía toda mi basura emocional y me sentía ofendido al tomarlo todo personalmente. Las críticas me hacían mucho daño, pero era incapaz de responder a ellas, de forma asertiva, pues sólo sabía hacerlo desde la ira, el impulso o el pronto y la defensa de un imaginario ataque. Al no saber

aceptarlas, acumulaba mucha ira, que, posteriormente, redireccionaba de manera equivocada, hacia quienes no me habían producido tal emoción (por lo general, mis hijas, mujer o amistades). Al fin y al cabo, estaba seguro de que ell@s no iban a abandonarme o rechazarme.

Tendía a hacer suposiciones sobre todo, creyendo que lo que suponía era cierto, por lo que, al comprender las cosas mal, hacía un gran drama de nada. Me daba miedo pedir una aclaración

o formular una pregunta, por lo que me instalaba en el sufrimiento. Al no preguntar, me sentía

inseguro. Muchas veces suponía que los demás pensaban, sentían, juzgaban y maltrataban como lo hacía yo. No era capaz de asegurarme de que las cosas me quedaran claras, por lo que siempre me sentía confuso y desorientado.

En conclusión: mi vida antes de entrar en el Centro Terapéutico Momento era sólo supervivencia, pues era un muerto andante, una especie de zombi, con una mochila muy cargada de sufrimiento, resentimiento, vacío interior, pobreza espiritual y analfabetismo emocional, pero sobre todo, alguien que valoraba muy poco la existencia en este mundo incomprensible y las cualidades como persona.

DESPUES:

Tanto José Luis (Director), como el estupendo equipo de Psicólog@s del Centro, consiguieron que mi vida tuviera sentido; me iniciaron en mi viaje más largo y dificultoso hacia mi interior, lo que me facilitó poner paz y coherencia a mi existencia y descargar un gran peso de mi mochila emocional; han sido el faro que emite una luz que me ha guiado y orientado, marcando el rumbo de un camino de fe, ilusión y esperanza; me enseñaron a ser generoso y

agradecido de lo que tengo y lo que soy; a disfrutar del MOMENTO, viviendo por fracciones de

24 horas; a sacar todo esa felicidad que hay dentro de mí y disfrutarla con los demás; a VIVIR y no a sobrevivir; a no intentar entender la vida, sino a vivirla; a recuperar mi identidad, para conseguir ser “Yo mismo”, con mis defectos y virtudes; a aceptar mi condición de ser humano, no de ser “superior”, rebajando mi soberbia a unos niveles más próximos a la humildad; a ver el lado positivo de las cosas y no instalarme en los pensamientos negativos, que dejo fluir y pasar de largo; a saber perdonar y, sobre todo, a perdonarme; a rendirme y dejar de luchar contra el universo y, sobre todo, contra mí; a sentirme útil y presente; a subirme los niveles de autoestima; a creer y confiar en mí; a sentirme seguro conmigo mismo; a comprender el verdadero significado de la palabra honestidad: expresar lo que pienso y siento, sin ofender o herir a los demás; a entender lo que es amar, pues sólo había sabido querer, pero de manera interesada; a abandonar actitudes llenas de mentiras y engaños; a vivir de forma sana, sin necesidad de usar unas sustancias que me alejaban de la realidad y de sentir emociones incómodas, racionalizando todos los procesos y aplicando la lógica(tal y como indicaba mi cabeza); a tener la espontaneidad e ingenuidad de un niño, conectando con ese Niño interior, lo que también me daba más autenticidad y me desprendía de esas máscaras que utilizaba para esconderme de todos y de todo, pero sobre todo, de mí; consiguieron que saliera de mi coraza de protección y aislamiento y que me desprendiera de todo tipo de apegos y/o dependencias de personas y/o cosas; a accionar con miedo, y no a reaccionar, como hice en el pasado; a eliminar mi miedo a la autoridad y alejarme de personas y/o ambientes tóxicos; a

eliminar de mi vida al Juez, a la Víctima y ese sistema de creencias que me habían inculcado los demás, y yo daba por cierto, hasta descubrir que estaba plagado de mentiras y de unos valores o creencias que no eran míos.

Me enseñaron a aceptar las críticas, pues de ellas siempre aprendo: cuando las acepto mi nivel de soberbia se reduce y me acerca más a la humildad verdadera. Con preguntas muy simples y sencillas hicieron que descubriera a ese intruso agradador que hay dentro de mí, que no permitía aflorar a mi verdadero yo, generando una negativa dependencia de la opinión de los otros y el deseo de no sentir rechazo o abandono, como le ocurrió a mi Niño.

Me mostraron que no era el centro del mundo y que era muy importante quitar la etiqueta de “culpabilidad”, sustituyéndola por la de “responsabilidad” ( no era culpable de mis actos, pero sí responsable).

Con un sencillo Programa de Doce Pasos, consiguieron que creyera en un Poder Superior a mí, que me cuida y me quiere y lleva el control de mi vida, pues yo no puedo llevar tal control; trabajando esos pasos, con un Padrino, me libero de mis defectos de carácter y consigo ser mejor persona, sin perseguir la perfección, pues se trata de un programa espiritual pero no de obtener la santidad. A todo ello, le añadieron unas buenas dosis de Oración, Meditación, Buena voluntad y una Mente abierta.

Han curado mis daños y ayudado a identificar y desarrollar mis virtudes y fortalezas, a ser consciente de que me siento más feliz y a gusto ayudando al prójimo, que utilizando mis bienes materiales comprando objetos y/o personas.

Me han dotado de unas herramientas que me hacen ser inteligente emocional, pero con unas técnicas en las que han empleado mucho cariño, comprensión, paciencia y profesionalidad. Han conseguido que disfrute del paisaje, centrándome en el presente, etapa a etapa, sin prisas, y con paciencia, ilusión, esperanza y fe. Hoy me siento más valiente, perseverante, íntegro y vital, y sus enseñanzas me conducen al perdón, a la compasión, a la prudencia y al autocontrol. Toda esa carga de espiritualidad, me hace sentir más agradecido y humilde, y me aproxima a una de mis metas: la auténtica felicidad.

En conclusión: Hoy soy capaz de identificar y entender mis emociones; me resulta fácil ponerme en la piel del otro(empatizar); soy más flexible y me adapto mejor a los cambios; conozco mis puntos fuertes y cómo apoyarme en ellos para impedir que mis defectos se impongan, y también sé cles son mis puntos débiles; no me avergüenza sentirme vulnerable y que los demás conozcan a mi verdadero “Yo”; mi seguridad hace que resulte difícil ofenderme, pues soy capaz de rrme de y ver la diferencia entre humor y trato despectivo; he aprendido a decir “NO”, aplazando mis recompensas y evitando actuar por impulsos; me distancio de mis errores, aunque no los olvido y hago lo máximo por corregirlos; dejo que el resentimiento no se instale en mi vida, pues produce mucho sufrimiento y no me permite vivir serenamente; me siento falible y no aspiro a la perfección, pues sólo es una utopía; me siento satisfecho de todo lo conseguido y miro al futuro con optimismo e ilusión; separo mis pensamientos negativos para mejorar mis perspectivas de las cosas, lo cual me aporta mucha paz y tranquilidad, emociones éstas que nunca había sentido. Me han enseñado a ser resiliente” y afrontar las dificultades de la vida, sin dependencias o apegos, y a no hacerlo solo, porque “yo solo, no puedo”. Y, lo más importante, han conseguido mi equilibrio emocional y mi reinserción en la vida familiar, laboral y social, y me han enseñado a VIVIR y a darme la oportunidad de disfrutar de las cosas más simples y sencillas. UN AUTENTICO PROGRAMA DE VIDA SANA.