Sabemos, por experiencia, que gran parte de las personas con problemas de adicción, no sólo han desarrollado una adicción determinada, sino un conjunto de varias adicciones diferentes.

Así, por ejemplo, la adicción a la cocaína se asocia con la adicción al alcohol, la adicción al juego con compulsión en la comida y, así, otro gran número de ejemplos. Sería como decir que una adicción “fomenta” otra.

Poner fin a una adicción no es garantía de poner fin a las demás. Es más, normalmente, supone la aparición de una nueva.

¿Cómo se explica, entonces, esta conducta descontrolada?

La respuesta podría estar en  que el problema no siempre radica en el elemento alterador del estado de ánimo, es decir, en la sustancia o en la conducta.

De siempre se ha culpabilizado a las drogas del problema de la adicción creyendo que, con el simple hecho de dejar de consumir drogas, el problema  se resolvería.

Sin embargo, el hecho de que estén apareciendo adicciones a nuevas actividades que no tienen que ver con sustancias químicas (internet, compras, sexo…) demuestran que no puede ser únicamente la acción química de una droga la que causa la adicción.

Erróneo también resulta el creer que es la necesidad de evitar el síndrome de abstinencia lo que causa la adicción. De ahí el nacimiento de programas de terapia “rápida” en los que “limpiando” el organismo de sustancias y eliminando, así, el síndrome de abstinencia, la persona volvería a casa “curado” y sin más ganas de volver a consumir.

Hoy ya sabemos que recuperarse de una adicción implica mucho más que dejar de consumir o de interrumpir la conducta adictiva.

La recuperación de la adicción tiene más que ver con un cambio de actitud y de estilo de vida. Hablamos, claro está, de un cambio a nivel de sistema de creencias, de forma de resolver sus conflictos y, sobre todo, de cómo y en qué medida es capaz de satisfacer sus necesidades emocionales, sociales y espirituales.

En resumen, la única forma de de recuperarse de una adicción y no caer en otra es cambiando la forma de vida.

Bajo este planteamiento, las diferentes adicciones que pueden desarrollarse tienen, entre si, más similitudes que diferencias. Hablamos de una sola enfermedad que presenta diferentes manifestaciones.

Si no es la sustancia química, ni la necesidad de evitar el síndrome de abstinencia ni el modo en que el cerebro se ve afectado.

¿Qué es lo que tienen en común las diferentes adicciones?

Unos lo llaman “vacío”, otros “inquietud”, pero en realidad todos están definiendo lo mismo: el malestar interior.

La verdadera causa de la adicción está en el interior de cada uno, en ese malestar interno.

Bajo esta perspectiva se podría explicar el hecho de por qué un adicto, incluso realizando actividades “positivas” (trabajo, ejercicio físico…), termina desarrollando una compulsión, un descontrol  sobre estas actividades, volviéndolas “negativas”.

Lo que el adicto busca es “evitar” ese malestar, que desaparezca.

Por ello, cualquier persona  con predisposición a desarrollar esta enfermedad podría se adicta a cualquier cosa. El único requisito sería que esa “cosa”, le aliviara su malestar interno, ese que, desde siempre, le ha acompañado.