Uno de los síntomas que aquejan al paciente adicto es la dificultad de responsabilizarse de él mismo, tanto de lo que siente y piensa como de lo que hace. Al mismo tiempo, como complemento de este síntoma, el familiar del adicto adquiere esas responsabilidades, por lo que se forma una dependencia familiar-adicto que es uno de los retos más difíciles de superar en las terapias de adicciones.
A lo largo de la vida los seres humanos pasamos de una dependencia absoluta a una independencia relativa. Este proceso de independencia no es de “todo o nada” sino que es un proceso escalonado. Así, por ejemplo, un recién nacido depende de sus padres absolutamente para todo (para que le trasladen, le acerquen las cosas, le alimenten, le abriguen…). Meses después, ya puede agarrar las cosas y después desplazarse solo. Progresivamente, el niño se sigue independizando: se puede leer sus propios cuentos, luego puede ir solo por la calle), hasta que empieza a desvincularse afectivamente e, incluso, económicamente.
Todos seguimos este proceso de independencia aunque no nos demos cuenta de que cada escalón de responsabilidad superado es vivido como un desequilibrio. Las personas tendemos al equilibrio y cada uno de estos pasos es un desequilibrio importante tanto en las relaciones como en la manera de cómo ver y ser visto por los demás. Nos podemos poner muy contentos por haber conseguido mayor independencia, pero el organismo la percibe como una señal de amenaza y lo vive con angustia. De esta manera existe una disociación entre aquello que deseamos y el hecho de obtener nuestro deseo. Por una parte, todo ser humano tiende a querer ser independiente y responsabilizarse de su vida, pero también existe una tendencia opuesta a romper ese proceso de independencia por el desequilibrio producido y la angustia que conlleva. Por ejemplo, el conseguir un trabajo es vivido como algo satisfactorio como un logro hacia la independencia, pero a la vez, se puede vivir con angustia la rutina que conlleva, la consecución de objetivos, levantarse temprano…
La adicción puede ser uno de los causantes de la ruptura de este proceso de independencia ya que en muchos casos ha llevado a la pérdida del trabajo, a la dependencia económica de otros e incluso a la creación de una imagen de incapacidad a la vista de los demás. En el Programa de Tratamiento de MOMENTO, vemos con frecuencia el “síndrome del hijo pródigo”, sobre todo en varones entre 35 y 45 años, que se casaron, tuvieron un problema con el alcohol, drogas y/o conductas adictivas, la pareja les abandonó y tuvieron que volver a casa de sus padres. Por tanto la adicción es una bajada de escalones dentro de el proceso de independencia.
Algo parecido ocurre en la pareja. La adicción rompe la relación normal de simetría en la pareja. En una pareja los dos miembros están aproximadamente en igualdad. En función de las personalidades, puede que uno sea algo más dependiente que el otro, pero sin mayor trascendencia. Pero la adicción le coloca a uno en situación de completa dependencia con respecto del otro. La adicción supone una pérdida progresiva de responsabilidades siendo la otra parte el que organiza y gestiona, con lo que se depende de las decisiones que tome sin tener en cuenta la opinión del adicto en temas tan importantes como la gestión de la casa, la educación de los hijos o el tratamiento de adicciones a elegir. Esta dependencia puede parecer negativa, pero evita tomar muchas decisiones que pueden resultar incomodas para el adicto.
La enfermedad de la adicción también cumple funciones para el familiar del adicto, ya que en casa solo se toman decisiones en base a un criterio que suele ser el del familiar. Al mismo tiempo, la enfermedad de la adicción tapa un sentimiento de vacío en el familiar del adicto, ya que el ocuparse del otro y el estar pendiente de él hace que no mire lo que me está pasando y termine no responsabilizándose de lo propio, evitando, así, quedarse cara a cara con cómo me siento yo y con mirar mi propia realidad… Tener continuamente a alguien enfermo al lado nos hace minimizar y tapar lo que realmente nos ocurre a nosotros.
En definitiva, la dependencia supone la pérdida de determinados privilegios pero también el librarse de determinadas responsabilidades. De esta manera, a ambas partes (tanto en el caso de la pareja como en el de los padres) les cuesta volver a la independencia aunque ya no exista el consumo. El familiar tiene determinadas obligaciones creadas. Hay cosas que ya no se cuestionan. A uno le cuesta soltar las riendas y a otro tomarlas. La adicción crea una serie de roles que luego es difícil de deshacer y que se siguen de manera automática. El adicto piensa que no quiere volver a consumir, que quiere responsabilidades y, sin embargo, sigue en el rol de enfermo. El familiar piensa que quiere igualdad en su pareja y sin embargo sigue siendo dependiente del adicto.
Adquirir responsabilidades es RESPONDER POR… aquello que yo he decidido o he hecho. Hacerse responsable es saber que, a pesar de que seria más cómodo que otro cargase con cosas que son mías, me corresponde a mí hacerme cargo de ello. Es saber que, a pesar de que tenga muchas personas a mi alrededor que no tendrían problema en ocuparse de lo mío, soy yo el que lo quiere hacer por que me corresponde y porque es lo que me ayudara a crecer. Hacerse responsable de uno mismo implicaría, a su vez, hacerse cargo de lo que uno siente, respetarlo, gestionarlo, dejarlo estar…y ahí reside el gran problema del adicto: hacerse cargo de sus sentimientos.
Responsabilizarse de uno mismo es sinónimo de crecimiento y madurez, un salir del estado infantilizado y dependiente en el que mantiene la enfermedad de la adicción.
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